Hoy nos planteamos muchas preguntas sobre el estado actual del mundo, de la sociedad, de la iglesia… La pérdida de valores, de identidad, de libertades; del sentido de la vida.
En un mundo desalentado, frío, inhóspito, invernal, la iglesia no se libra de este temporal como si fuera una isla protegida dentro de una burbuja.
La expresión “invierno eclesial”, tomada de una entrevista al teólogo Karl Rahner, bien podría aplicarse a la sociedad, al mundo actual.
En este invierno cultural que vive la humanidad, la iglesia puede y debe aprovechar para hacer presente a Dios.
Este libro nos plantea la necesidad de inculturar el Evangelio.
“San Pablo tiene el impresionante mérito histórico de haber visto con meridiana claridad, que el mensaje cristiano o bien salía de los moldes culturales judíos o, bien desaparecía o, como mucho quedaba circunscrito a la cosmovisión semita. Y emprendió una verdadera lucha con los apóstoles para convencerlos de la universalidad del mensaje cristiano”.
Así pues la inculturización no es una tarea opcional para la Iglesia, pertenece a la voluntad divina de ser conocido (el evangelio), amado, creído y ser creíble en el corazón y la mente de hombres y mujeres de cualquier etapa cultural histórica.
“La inculturización es siempre una aventura arriesgada, incluso proclive al fracaso, a la incomprensión o la persecución (…) Esa puede ser una de las razones por la que nos resistimos tanto a la inculturización. (…) Por eso los cristianos preferimos la calma y la seguridad que proporcionan las verdades fijas adquiridas, garantía de estar en el buen camino, sin cuestiones fronterizas que nos lleven al titubeo, a la duda o la preocupación que provoca el cristianismo”
“Pero pretender una evangelización que no levante escamas es una comedia más”
Por eso este libro, además de una reflexión espiritual nos ofrece un lúcido análisis de nuestra situación eclesial. Recorremos por sus páginas el ciclo estacional del cristianismo, desde sus lentos inicios, un florecimiento deslumbrante, una época de estabilidad y el proceso lento de cansancio y agotamiento que desemboca en este invierno.
El invierno eclesial no es más que el reconocimiento de un cambio epocal, una estación de reflexión y de análisis, que nos permita llevar a cabo el mismo descubrimiento que llevó a San Pablo a hacer universal el mensaje del Evangelio.
“Porque el evangelio ya no puede ni explicarse ni vivirse en otro contexto cultural que no sea el actual” Necesitamos el riesgo de la inculturación, la travesía del invierno. Si no lo hacemos, estamos abocados a fenecer lenta e inexorablemente, como murió el cristianismo en al África del Norte, en pleno Medievo.